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Ntra. Sra. del Amparo


Ntra. Sra. del Amparo
El cuidado y amor a los enfermos, así como la estima de la salud física, son actitudes evangélicas verificadas en Cristo y en María.

«La salvación de Dios abarca al hombre entero. El Padre envió al Hijo como médico de los cuerpos y de las almas, tal corno lo llama la liturgia. Y Cristo, movido por su misericordia, curó a muchos enfermos, librándolos también de las heridas del pecado. »
«También María, por ser madre de Cristo y madre de los fieles, socorre con amor a sus hijos cuando se hallan en dificultades. Por eso los enfermos acuden a ella para recibir, por su intercesión, la salud. En los santuarios marianos hay muchos testimonios de esta confianza de los enfermos» (Misal de la Virgen).
Al celebrar a María como salud de los enfermos, afirmamos nuestra estima por el cuerpo y los cuidados que éste merece a través del ejercicio, la higiene y la moderación de sus instintos. Pero también vernos al enfermo y al impedido como sacramento de Cristo y lugar privilegiado de nuestras solicitudes y atenciones.
En la Visitación vemos a María desvivirse por atender a Isabel, la cual se encuentra en avanzado estado de gestación. Así se manifiesta su consuelo y ayuda hacia quienes padecen alguna limitación física.
María, salud de los enfermos, es, ante todo, una fuente de humanidad y de respuestas hacia ellos. Así lo demuestra el episodio de la Visitación, y así se comprueba al pie de la cruz.
En el primer caso, puede ayudar eficazmente con su alegría, dinamismo y trabajo. En el segundo, sólo puede consolar, recoger las quejas de dolor en su corazón de madre, y tal vez enjugar la sangre del Crucificado. De una y otra forma, María es enfermera atenta y humanísima.
La enfermedad, el accidente o la minusvalía son situaciones posibles en nuestra condición humana. Jesucristo, al pasar por el duro trance de la pasión sin perder un ápice de su grandeza humana, en cierto modo normaliza la enfermedad y nos advierte de que no estamos exentos de caer en alguna limitación física. Por eso, los cristianos vemos la humanidad de Cristo también, y, sobre todo, en su pasión. Es el espejo en donde los más desfavorecidos por la salud física se miran como sujetos de suma utilidad en el orden de los otros valores.
Nosotros «no nos fijamos tanto en lo que se ve, cuanto en lo invisible». Debajo de un cuerpo fatigado, decrépito o enfermo, puede esconderse un alma bella y sabia.
El cuerpo es como un templo; «templo de Espíritu Santo», lo denomina Pablo. Mejor cuanto más digno, vistoso y saludable. Es un reflejo de la belleza divina. Se precisa cuidarlo y adiestrarlo con el ejercicio, la higiene, la sanidad y el dominio de sus instintos. La salud física puede constituirse en fuente de equilibrio mental y liberar preciosas energías psíquicas. Pero la paz con el propio cuerpo pide también no idolatrarlo, sino aceptarlo en sus limitaciones cuando se produzcan, lo cual sólo se logra si el espíritu es sano y está entrenado para esa contingencia.
Por eso, al llamar a María «salud de los enfermos», no entendemos la expresión en clave dualista. Su poder de intercesión no actúa al modo de una simple curandera de achaques. Desde luego que la fe te permite y aconseja recurrir en la enfermedad a María, pero siempre en básica actitud de creyente, sin olvidar plegarte a la voluntad de Dios, el cual sabe mejor que tú aquello de lo que verdaderamente tienes necesidad.
María es salud de los enfermos porque, aunque no siempre se obtenga de ella la sanación corporal, siempre se es favorecido con algún efecto saludable. En el diario íntimo de una enferma que visitó un famoso santuario mariano, sin obtener el milagro concreto que solicitaba, se relataba este milagro de mayores proporciones: «He conseguido una fuerza nueva para llevar la enfermedad. El Señor me lo ha hecho sentir cuando estaba absorta en la oración... Me dijo que su madre no es solamente suavidad celestial, sino también torre de bronce y de fortaleza invencible contra el dolor. Debo preguntarme su secreto para llevar la cruz...»
Demos gracias al señor Nuestro Dios, porque cubrió con su sombra a María, ciñó su cintura de divina belleza y la habilitó como la fiel acequia que nos acerca a la salud. Gracias al Señor, por haberla nombrado esperanza y salud de los enfermos.

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